viernes, 5 de agosto de 2016

EL ÚLTIMO GUATEQUE (Página nº 3796)

En los años cincuenta y sesenta, y aún en gran parte de los setenta, se hicieron muy frecuentes los guateques, esas fiestas juveniles que se realizaban en las casas particulares y donde la música y la bebida se convertían en el motor del divertimento. Las de los cincuenta las desconozco, más allá de lo que he leído o visto en alguna película de la época, pero las de los avanzados sesenta y, sobre todo, los de los setenta sí que directa o indirectamente los viví.

Y lo cierto es que aunque algunos se realizaban con la aquiescencia familiar, reticente al principio pero gracias al cansineo filial consentido al final, aunque sin evitar las visitas frecuentes de padres y madres para que aquello no se desmandase, muchos otros se organizaban de forma más furtiva, aprovechando segundas propiedades familiares o ausencias de los padres, porque lo verdaderamente importante era, como he dicho, contar con un buen tocadiscos, bebida abundante y ganas de divertirse. Algún adorno, algo con lo que tamizar la luz o darle atmósfera sustituyendo las bombillas normales por aquellas otras de colores compradas para la ocasión,  e ir alternando la música más ye-ye, más animada, con aquella otra lenta que propiciara el roce.

Mi último guateque lo recuerdo como accidentado. Al fin y al cabo se trataba de aprovechar la salida de los padres al chalet para montar deprisa y corriendo, en casa de un amigo, un guateque ampliamente deseado. Algunas bebidas, música tenue, música ideal y una pandilla feliz por aquella oportunidad. Todo iba bien hasta que, inesperadamente, los dueños de la casa volvieron antes de lo previsto y al entrar encontraron poca luz, música romántica y parejas amarteladas. Y se desató la tormenta entre el enfado paterno y la vergüenza de ser pillados. Ya no hubo más, el resto de guateques en los que participé, porque la fórmula era similar pero de pago, fueron ya en el local de la OJE, hoy y antes edificio de Cruz Roja, pero aquella es otra historia.



Lo que sí me recuerda esto de los guateques es, precisamente, esta foto hallada en "Daimiel en el Recuerdo", aquellos famosos discos de Mirinda con lo más granado de la música juvenil del momento (Karina, Miguel Ríos, Los Mitos, Los Ángeles, Mari Trini, Los Payos etc...) que se obtenían completando las letras de MIRINDA que aparecían bajo las chapas de sus botellines y que, enviadas por correo, te daban derecho a recibir aquellos discos. Mi hermana tiene bastantes de ellos y aún conservamos el primer radio-tocadiscos que trajo mi padre a casa allá por los sesenta.

Los guateques fueron, sin duda, el gran hallazgo de la juventud de aquellos años, una forma de rebeldía social que ayudó a introducir importantes cambios de una manera lúdica y natural.




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