domingo, 20 de marzo de 2016

EL TIEMPO COMO TAMIZ (Página nº 3542)


El otro día coincidieron recientes paternidades y maternidades de compañeros y compañeras, unos con la enhorabuena asumida apenas unos días y otros de visita con sus criaturas de unas pocas semanas, y en las conversaciones todo aquello me resultaba reconocible como cuando hace un par de décadas el afortunado era yo. Y sin embargo, aunque sé de todas las emociones, miedos, incertidumbres e ilusiones que albergué durante esos días y muchos de los siguientes lo cierto es que el tiempo forja como un tamiz que criba lo pasado hasta el punto de que va deshaciéndose de los recuerdos más dolorosos, de los más tensos y preocupantes, pero también suaviza esa intendencia incómoda de sueños perdidos, malas comidas, altas fiebres, que acompañan los primeros meses, años también, de nuestros vástagos.

Entiendo sus conversaciones, por supuesto, sus preocupaciones diarias, y aunque sé que las tuve por mí mismo trato de recordarlas tal cual y la memoria me devuelve imágenes más apacibles, placenteras, como si se hubiesen difuminado esas noches de vigilia, esas vueltas de cabeza, esa desazón, casi zozobra, de circunstancias puntuales. Sí, como si todo hubiera sido una experiencia hermosa sin resquicio de preocupación.

Y la verdad es que no fue así, tras un parto muy prematuro en el que incluso hubo quien nos invitó a la resignación antes que a la esperanza, tras dos meses de hospitalización en la Unidad de Neonatología y meses de revisiones para intentar descifrar hasta qué grado la inmadurez podía salpicar de secuelas la vida de mi hija la vida se debatió entre miedos e ilusiones, entre angustias y deseos, y solo con el paso de bastantes meses, incluso años, nos íbamos sacudiendo de esos recelos y desasosiegos.

Si no dormirse, comer poco, empezar a hablar, atreverse a caminar, ya son, de por sí, foco de expectativas para cualquier padre para los de un niño prematuro lo es aún más porque pueden alertar de problemas que conlleva un nacimiento precoz, y por eso me sorprende que ese tamiz de la memoria haya ido disipando todas las sensaciones más viscerales y preocupantes para reconducirlas hacia un recuerdo más grato, edulcorado, confortable, como suele hacer con casi todas las evocaciones de lo que hemos sido y hemos hecho.

A ellos, a mis compañeros y compañeras, con el tiempo les pasará igual, se acordarán de todo lo que sucedió a cada fiebre, eczema, insomnio, etc..., pero ya no será como lo es ahora mismo y apenas dejaran sitio para revivir noches sin dormir, preocupaciones, angustias, aunque sepan perfectamente que las tuvieron. La vida les recompensará con sus hijos, su crecimiento, su búsqueda vital, porque al final lo positivo viene a salvarnos, nos toma de la mano y nos hace saber que aquello era un tributo necesario pero insignificante para verlos así, como ahora veo yo a mi hija, con esos ojos de satisfacción, orgullo y felicidad que borra cualquier otra cosa.

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