lunes, 11 de agosto de 2014

ESE MONUMENTO AL TRABAJO (Página nº 2647)


Por desgracia cada vez asisto a más entierros. Tengo esa edad en las que muchos de los que fallecen son, aunque algo mayores, conocidos por mí o muy allegados a personas con las que convives con frecuencia por razón de trabajo y/o amistad. En el primero de los casos uno se acerca a esas personas, a sus vidas, con pequeños retazos de memoria pero, sobre todo, con el hilo conductor de la memoria de los demás, y entonces vas descubriendo que su trayecto vital fue un auténtico monumento al trabajo, al esfuerzo, en unas condiciones que nunca han sido las nuestras seguramente porque parte de ese afán también buscaba que nuestro futuro fuera más benévolo y agradecido que el que ellos se encontraron.



Ese es al menos el común de lo que yo he ido encontrando en estos últimos años donde la generación precedente, esa de nuestros padres y madres, abordaron la vida en unas condiciones que aún escuchándolas de su boca nos eran difíciles de comprender, niñeces de guerra y posguerra donde todo faltaba y no quedaba más que arremangarse y hacer por la vida sacrificando la infancia por un trabajo nunca pensado para sus edades.

Tenemos la tendencia a ignorar las sombras de aquel periodo. Nuestra infancia fue bastante mejor, aunque no la de todos porque el abandono escolar con diez, once o doce años era alto para ir a un trabajo, pero la arrogancia adolescente, la primera madurez, casi siempre ha tendido a infravalorar los logros de nuestros mayores, a desdeñarlos, como si de veras hubiésemos sido nosotros mismos los responsables de esa mejora en la calidad de vida que hemos ido disfrutando. Sin embargo, la verdadera madurez te vuelve los ojos a ellos, a las vicisitudes de sus vidas, al esfuerzo diario para lograr darnos otra realidad. Sus horas incesables de trabajo son ese monumento a unas vidas difíciles pero entregadas y cada detalle que conoces de esas personas fallecidas dejan clara su determinación y la verdadera diferencia con las que hemos vivido nosotros, mucho más sencillas y acomodadas al trazar esa referencia.

Ahora que se nos van, que se nos han ido yendo, vamos descubriendo mucho mejor lo que fueron, lo que representaron para nosotros, entendemos mejor sus sufrimientos y sacrificios y hasta su concepto de la vida. No sé si llegamos tarde pero recibimos su lección, ese legado intangible aunque necesario, y dejamos que formen parte de nuestra memoria más sentida, de la que siempre sabremos aprender.

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