viernes, 28 de marzo de 2014

OCHO APELLIDOS DAIMIELEÑOS (Página nº 2454)

Al hilo del éxito de la película "Ocho apellidos vascos", comedia que explota los tópicos hasta parodiarlos, me da por pensar en ese apego que se tienen a lo identitario, y en el que muchas veces asoma esa especie de orgullo llevado al paroxismo por ser más de ese lugar que nadie, distinguirse no solo como uno más de esa "casta" elegida sino como un elegido entre ellos. En Madrid algunos se llaman "gatos" para destacar que son madrileños primigenios, madrileños con no sé cuantas generaciones de madrileños puros a las espaldas, con el único fin de distanciarse de esos otros madrileños sin tal linaje, madrileños sobrevenidos. En el País Vasco, sociedad endogámica donde las haya, aún más celosos de sus orígenes la posesión de esa retahíla de apellidos vascos parece ser el mejor certificado de sangre para quienes los poseen. Y en cualquier sitio siempre surge esa chispa de pertenencia que se exacerba sin demasiado sentido real pero que suele cuajar con éxito entre quienes buscan una identificación especial con su origen.

En Daimiel, trasladando la idea, nada habría mejor que poseer hasta ocho apellidos daimieleños que, aunque en rigor, no deberían ser siempre compuestos pues no todos lo han sido, seguramente siendo así asegurarían la garantía perfecta de daimieleidad. Y aunque dudo que haya alguno con todos los apellidos compuestos, o de haberlos han de ser muy pocos ya, no dejo de regodearme en la idea de que algunos salieran a la palestra exhibiendo su ristra plural.

Yo, desde luego, haciendo revisión de los míos, me encuentro que solo tengo cuatro de ellos compuestos y otros cuatro más sencillos, siendo un par de ellos tan distorsionantes que en ocasiones han dado lugar a una situación curiosa: 

-Rodríguez

-Rodríguez ¿qué?

-No, no, Rodríguez a secas

-¿Seguro?

-Y tanto.

Porque ser Rodríguez en Daimiel sin llevar a cuestas un Madridejos, de Guzmán, Barbero, Espinar, Bobada, Peral, De la Rubia o Portugués parece casi una extravagancia. O un Ruiz sin que sea De la Hermosa, de Pascual o Valdepeñas una excentricidad. Y sin embargo los míos son así, desprovistos de acompañamiento, sueltos y sencillos, pero discutibles para el carnet de perfecto daimieleño fetén.

Mis apellidos, Muñoz de Morales Rodríguez Carmona García-Rayo Maján Ruiz Martín-Pozuelo García-Consuegra, son el resultado de unos ascendientes de los que ignoro cuantos antepasados daimieleños podrían contar a sus espaldas pero que han de remontarse por bastantes generaciones. No, no he de ser el perfecto daimieleño fetén si carezco de esos cuatro apellidos dobles que cuadraran la cuestión, pero casi que me conformo con ser uno del montón, que siempre preferí la mezcla a la pureza.

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