jueves, 25 de abril de 2013

PIES DE BARRO (Página nº 1833)

Daimiel, como en general todo el país, tiene un problema serio con su demografía. La pirámide de población, denominación que hace tiempo perdió su sentido vista la distribución real que aparece en el gráfico de Foro-ciudad.com para nuestra población, comienza a tener una cimentación preocupante porque, si acaso, y lo veremos en las dos próximas décadas, en todo caso lleva camino de convertirse en pirámide invertida insostenible a todas luces.

Han pasado muchas cosas en tres o cuatro décadas. Los padres y madres de mis alumnos, donde predomina un hijo o dos por familia y cualquier otro número es casi excepcional, provienen de otras donde menos de tres vástagos era casi una rareza y más de esos tres una generalidad. Pero, además, la vida se ha cobrado otro ritmo en el que los hijos parecen convertirse en un lastre económico, laboral, de ocio, entre otras cosas porque la administración, ¡cómo no!, también se ha desvinculado de proteger ese valor patrimonial social que suponen las nuevas generaciones.

¡Y ojo, no estoy hablando de cheques-bebes!, estoy diciendo que la sociedad, a través de su vía administrativa, ha descuidado su obligación de cuidar y proteger a las nuevas generaciones al olvidar políticas de familia, medidas que, como en otros lugares, tratan de favorecer las condiciones para que tener un hijo no suponga un impacto sobre la economía o la situación laboral de quienes se aprestan a dar el paso y decaen ante las condiciones que se les presentan. Cualquiera conocemos a mucha gente que han desistido de tener más prole apelando a esa situación que ya no es coyuntural sino consolidada, y que aún no es peor por ese maquillaje migratorio cuyas familias, en general, son o se mantienen más prolíficas.

Que conste que hablo desde el punto de vista general y no particular, pues cada familia es un mundo con sus propias circunstancias, pero España ha puesto poco empeño en su demografía, ha preferido ignorar el problema después de reconocerlo, envolverlo en excusas esta vez sí coyunturales y renunciar a elaborar medidas efectivas para este gigante con pies de barro y que tornará en insostenible, a la vuelta de un par de décadas, si sigue esta línea descendente. La batalla del tiempo ya no la tenemos solo perdida a nivel individual, es que, en este suicidio asistido, la batalla del tiempo colectivo huele a derrota por la inacción de los gobernantes en todos estos años de descenso. Y no vale hacer llamadas a la procreación porque las soluciones vendrán cuando se den las mejores condiciones, nunca exclusivamente de fertilidad, para que las personas se animen a tener nuevos vástagos y la sociedad, de paso, se rearme, crezca, se fortalezca y consolide su futuro. Más allá del estímulo para dar el paso se le exige al Estado un papel por encima del de mamporrero, el de poner en valor la natalidad con medidas audaces y efectivas que acompañen esas condiciones durante el tiempo que lleve hasta la mayoría de edad. En tanto, el problema será, cada día, de mayor calado.



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