jueves, 21 de febrero de 2013

TRATAR BIEN A LA GENTE (Página nº 1671)

Una persona muy cercana a mí suele decir que hay que tratar a todo el mundo muy bien y añade, entre bromas o veras, porque puede que en el futuro empujen tu silla de ruedas en un hospital o te cuiden en la residencia. Es una translación condicional del "trata a los demás como te gustaría que los demás te trataran a ti" que, no en vano, encierra toda una declaración de vida.

En realidad yo pienso lo mismo, por supuesto, desde otra perspectiva. Ayer, en el recreo, una niña me buscó en el recreo porque le sangraba el dedo. No sabía cómo ni de que manera y en su cara se dibujaba una mueca entre el susto y la sorpresa al ver ese dedo enrojecido por la sangre. Fuimos a curarle el dedo, restando importancia, bromeando sobre el nuevo color de uña que le dejaba el "betadine", y cuando de nuevo se fue hacia el patio, con la legión de compañeras esperando allí, recordé la vez que me clavé un cristal en la rodilla, cuando la escuela Motilla no estaba vallada y todo a su alrededor era un descampado, y mi maestro, don Inocencio, hizo que aquel trance fuera mas sencillo y menos doloroso para mí. Y eso, claro, significa que vamos vinculando a las personas que pasan por nuestras vidas a recuerdos gratos o ingratos, a momentos en los que añadimos recuerdos con otros en función de si nos trataron bien o mal, y esos recuerdos, o muchos de ellos, quedan fijados para siempre. Por eso, sobre todo, creo que hay que tratar bien a la gente de nuestro alrededor porque de nuestro comportamiento hacia ellos depende que quedemos en su memoria como buena gente o como seres despreciables.

Sí, puede que todas las razones tengan su punto de egoísmo personal, que nos traten bien en la residencia, que nos den el trato que deseamos o pasar a la memoria de la gente que tratamos con connotaciones positivas, pero en el fondo ese esfuerzo egoísta nos mejora a todos si a todos hacemos objeto del trato bueno que nos haga lograr ese objetivo.

Tratar bien a quienes nos rodean, a quienes en un momento dado necesitan de nosotros para algo puede ser la recompensa pues terminaremos siendo lo que se recuerda de nosotros. Para la niña de ayer, a la que quizá nunca daré clase, lo mismo quedo como aquel que la hice sonreír mientras le curaba la herida del dedo. No sería poco.

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1 comentario:

  1. Exactamente ésa es la máxima que rige mi vida, e intento inculcarsela a mi hijo de 5 años, recordandosela siempre que actúa de un modo que a él estoy segura que no le gustaría si se lo hiciesen.
    De hecho lo llamamos "el consejo de mamá para toda la vida: No hagas a los demás no lo que no te gusta que te hagan a tí".

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