martes, 19 de febrero de 2013

EL DOLOR (Página nº 1666)

Hace unas semanas murió un persona tremendamente joven. Apenas la conocía, pero sí a sus padres. A ella, vecina de barrio, desde esa edad infantil en el que cada elemento del paisaje y cada persona del entorno tiene una relevancia especial. Aprendes la vida y siempre están ellos, tus amigos, tus vecinos, hasta el punto de que soy capaz de enumerar casi sin error y casa por casa quienes vivían en cada calle y vivienda de ese barrio de los Hotelitos donde dí en nacer y criarme. Y por eso, a pesar de que una y otra vez la vida nos va llevando por otros caminos uno reconoce ese vínculo especial, sencillo pero indescifrable, que albergamos hacia todas esas personas, y que asoman aún más en situaciones especiales.

Y cuando sucede el dolor, ese dolor imposible de imaginar ni compartir por mucho que lo deseemos creyendo que eso puede otorgar cierto alivio, uno se siente desarmado ante quienes sufren esa desgracia porque no sabe como expresarse ante la situación y está convencido de que nada de lo que diga o calle podrá ayudar ni un ápice a menguar la devastación de esos padres totalmente desguarnecidos ante lo que les sucede porque, estoy seguro, no debe haber mayor dolor que ese, y basta intentar imaginarse en igual situación para, de inmediato, alejar ese pensamiento que de desgarrador sientes herirte como un cuchillo.

Pero lo peor, desde luego, no es esa explosión del dolor inmediato, es la fuga de vida que se arraiga en estas personas presas de su aflicción, abatidas, volcadas en esa pena negra que no parece dispersarse nunca porque busca explicaciones, consuelo,  conformidad, y sólo encuentra ausencia de respuestas y amargura, y aunque su entorno familiar les arrope, se vuelquen con ellos, sólo el tiempo puede ir arrancando, traza a traza, el indudable peso del dolor. 

Cuando me acerqué al tanatorio hablé, brevemente, con el padre pero desistí de hacerlo con ella, mi vecina, porque sentí que en ese momento solo estaba para su dolor y su angustia, y pensé en aquellos días de juegos  infantiles donde el futuro importaba tan poco que ni podíamos imaginar que iría siendo de nuestras vidas ni de que, en algún instante, algunos de nosotros viviría el inmenso dolor de perder un hijo.

Lo siento de todo corazón.

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2 comentarios:

  1. Algunas veces que dura y triste es la vida.
    No soy muy partidario de dar pesames pero si alguna vez voy pienso que el ser humano tambien tiene necesidad del consuelo y sentirnos arropados por familiares y personas que quieren acompañar.

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  2. Como familiar cercano a esta desgracia, agradezco sinceramente tus palabras Javier.

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