sábado, 29 de octubre de 2011

ESTO HAY QUE PARARLO (Página nº 391)

Se está judicializando todo, hasta el disparate, abusando de un derecho excepcional para hacer causa de estupideces que deberían, incluso, penalizarse. Lo que debería resolverse ni tan siquiera con una mediación sino con un poco diálogo está llegando a la denuncia y de ahí a los juzgados.

Uno acumula conocimiento de situaciones cercanas, que de momento no propias, tan alucinantes como absurdas y estúpidas, situaciones que lo único que producen es una saturación de los juzgados y por ende el retraso y hasta la indefensión de las personas implicadas en denuncias de mayor enjundia, como acusados o como afecrados y víctimas de esos procedimientos.

La judicialización llegó a los centros de enseñanza hace mucho tiempo. Al principio por supuestos casos de agresiones de padres o familiares a docentes, o entre iguales, casos de violencia física o abusos de autoridad, incluso por temas de negligencia o responsabilidades civiles de los centros. Hasta cierto punto ha habido una aceptación de esas situaciones cuando el origen del procedimiento justificaba que hubiese una denuncia que lo pusiese en marcha. Pero ahora, abonado el terreno, comprobamos amenazas de denuncias o denuncias tramitadas por cosas tan ridículas como rasgar una camiseta, dar un balonazo, manchar un prenda de vestir o romper una mochila, denuncias además que se efectúan por los padres contra otro alumno, un menor, en situaciones que sólo son fruto de juegos o la propia convivencia diaria.

De verdad que cuando uno conoce este tipo de reacciones y acciones se plantea que, puesto que un buen derecho se adultera y menoscaba de esa manera, debieran tomarse medidas para corregir el despropósito, incluida la necesidad de regular la forma de actuar cuando el coste de un procedimiento sea muy superior a lo que se litga, instancias previas administrativas rápidas que determinen lo que debe ser objeto de procedimiento y lo que no y hasta fianzas para según que casos de interposición de denuncias que disuadieran de estos excesos inadmisibles, y todo, claro, de forma que respetara un derecho necesario e irrenunciable.

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