domingo, 4 de septiembre de 2011

PONERSE EL RELOJ (Página nº 219)


No sé para los demás pero ponerme el reloj, para mí, es la señal de vuelta al trabajo. Y es que lo primero que hago, al iniciar las vacaciones, es desprenderme de ese pequeño tirano de correa que determina buena parte de la jornada y dejar que, a partir de ese momento, el tiempo no marque obligaciones y los días transcurran con cierto albedrío caprichoso pero, sobre todo, reconfortante.

Y aunque el tiempo transcurra de la misma manera, al ritmo monótono e invariable, prescindir del reloj es un pequeño placer que nos libera de su atadura, que nos desentiende de su rutina, que nos aleja de su obligación. Quitarse el reloj es como desatar el ocio y volcar los segundos, minutos, horas sin orden alguno, como los niños que vacían la caja de un mecano sólo por el placer de ver en el suelo el contenido desparramado y lleno de colores de sus piezas.

Por eso ponerse el reloj te reconduce, simbolicamente, a lo obligatorio, lo rutinario, lo definido, y el acto de ponérselo es como cerrar el verano y saber que de nuevo el tiempo importa sobre casi todo lo demás. Y hoy, necesariamente, me he puesto mi reloj. Eso sí, con holgura, como si así creyese que el tiempo rígido de los segundos, minutos u horas pudieran escaparse del ferreo control de sus agujas desiguales.



Por cierto, siempre que hablo de relojes receurdo este breve texto de Julio Cortazar, "Preámbulo de las instrucciones para dar cuarda a un reloj":

"Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj."

1 comentario:

  1. Qué bien lo explica Cortazar. Siempre me acuerdo de este texto cuando alguien habla de regalar un reloj y pienso: "no, no lo regales" :)

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