domingo, 18 de septiembre de 2011

MEMORIA PATRIMONIAL (Página nº 264)

Mi abuelo paterno era hijo de agricultores pudientes. Mi abuela no, su padre era un modesto pastor. Él pudo acceder a estudios hasta conseguir convertirse en maestro de escuela, aunque años después lo dejara para dedicarse a la administración de fincas. Ella apenas tuvo una instrucción básica para leer y escribir casi correctamente. Aquella relación no empezó demasiado bien porque los padres de él no contemplaban su elección gustosos, demasiado poco para ellos la hija pequeña de un pastor. Los padres de ella ni siquiera estaban seguros de que fuera buena idea porque, entonces, la posición económica sometía a escrutinio todo e incomodaba cuando había desequilibrio. A pesar de todos los inconvenientes y presiones aquella pareja salió adelante y aunque yo sólo conocí a mi abuela entre todos los protagonistas tuve que esperar muchos años para conocer esos intríngulis familiares que llegaron a mí a través de esas transmisiones de padres a hijos que pretenden conservar la memoria de las circunstancias con mayor o menor éxito.

Pienso en ellos, en mis abuelos paternos, y realmente apenas sé más de cuatro o cinco cosas de sus vidas juntos. Ni tan siquiera veo en sus escasas fotografías ningún rasgo común conmigo. Conservo sus apellidos pero estoy casi exento de recuerdos y me es difícil acceder a unas vidas que tienen poco o nada que ver con las que conozco.

Pero agradezco el esfuerzo de mi madre por hablarme de ellos, por tratar de que su memoria prenda en la mía y atesore esos recuerdos casi de segunda mano que aún no sé como administrar. Discurro mucho en ello, la verdad, y pienso que siendo yo tan proclive a recrearme en mis propios y amplios recuerdos, tan celoso de conservarlos como el único legado casi fiel de cierto valor, algún día quedarán reducidos a cuatro o cinco detalles imprecisos que, tal vez, mis nietos o bisnietos sean capaces de guardar de mí.

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